Los primeros años de vida son clave para aprender a movernos, relacionarnos y formar hábitos que durarán toda la vida. Por eso, cuando un niño se inicia en el deporte desde temprano (siempre de forma lúdica y guiada), está ganando mucho más que músculos.
Desde mejorar la coordinación, fortalecer su autoestima y aprender a convivir con otros, hasta desarrollar disciplina y resiliencia, el deporte ofrece una plataforma ideal para crecer como persona.
Pero cuidado: no se trata de hacer campeones a los 5 años. De hecho, especializarse muy joven en un solo deporte puede aumentar el riesgo de lesiones y aburrimiento. Lo ideal es que los niños prueben varios deportes, jueguen, disfruten, y si es posible… ¡que lo hagan con sus padres! Las experiencias compartidas fortalecen vínculos y mejoran la adherencia a la actividad física.
Además, moverse ayuda a pensar mejor. La ciencia lo confirma: el ejercicio mejora el desarrollo cerebral y favorece el rendimiento escolar. Incluso niños con TDAH pueden ver mejoras en su atención y comportamiento gracias a la actividad física regular.
En resumen: el deporte es una herramienta educativa, social y emocional. Comenzar desde temprano, en un entorno seguro y libre de presiones, puede marcar la diferencia para toda la vida.